El síndrome de fatiga crónica, también conocido como encefalomielitis miálgica, es una
enfermedad de causa y naturaleza desconocida, pero la mayoría de las autoridades
médicas ya aceptan su existencia. La investigación de sus causas ha sido muy lenta
porque no posee marcadores biológicos, la naturaleza heterogénea de la enfermedad, y
dificultades en la diferenciación causa-efecto. A pesar de todo, se han logrado algunos
avances, particularmente cuando las causas son divididas en factores predisponentes,
desencadenantes, y mantenedores.
La incidencia es mayor en mujeres que en varones por razones no conocidas, este
incremento en la incidencia sugiere una influencia genética en la enfermedad. Comparte
marcadores de riesgo con los trastornos del humor, y presentan como características un
incremento en las consultas médicas por enfermedades menores, 15 años antes del
diagnóstico, lo que sugiere una vulnerabilidad general, y posiblemente mediado por
ansiedad co-mórbida.
Ciertas enfermedades infecciosas, como el virus de Epstein-Barr, fiebre Q, y meningitis
viral, pueden gatillar o desencadenar el síndrome de fatiga crónica, pero no infecciones
comunes del tracto respiratorio superior. La causa inmune no ha sido establecida.
Los síntomas del síndrome de fatiga crónica son similares a una infección aguda. Los
bajos niveles de cortisol asociados a este síndrome pueden ser secundarios a la
inactividad física y a trastornos del sueño.
Viner y Hotopf reportaron la asociación del síndrome de fatiga crónica con
enfermedades que limitan la actividad en la infancia y la no realización o la escasa
realización de deportes fuera de la escuela a los 10 años de edad, pero el distress
psicológico premórbido en madres o niños no son predictores de la enfermedad. Los
chicos que no realizan deportes en la infancia tienen 2 veces más riesgo de presentar el
síndrome de fatiga crónica en la edad adulta. El deporte en las escuelas no tiene efecto
probablemente por la naturaleza obligatoria en las mismas.
Los pacientes con síndrome de fatiga crónica perciben la actividad física como más que
un esfuerzo y subestiman sus habilidades físicas y cognitivas, siendo concientes de su
estado psicológico interno, fenómeno llamado interocepción.
Los tratamiento que “reprograman” la interocepción e incrementan la actividad física,
como la terapia de ejercicios escalonados y la terapia conductiva conductual, pueden
ayudar a la mayoría de estos pacientes.
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